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HALASANA, donde habita la calma.


Me levanto a las 6 de la mañana, y lentamente comienzo con mi rutina. Llego a la sala todavía a oscuras, estiro mi esterilla, y comienzo a despertar mi cuerpo a medida que comienza a amanecer.

Suaves son los movimientos para que mis músculos entiendan que quiero mimarlos, que quiero encontrarme con ellos, escucharlos. Escuchar, sobre todo, a los que están doloridos, acortados, contraídos, escuchar a los que, por alguna razón, duelen, ¿les duele a ellos mismos, o le duele a mi cerebro que me cuenta y a la que le duele es a mí, le duele entonces a mi consciencia?

Estiro mi espalda lentamente para llegar a las capas más profundas, siento mi estructura, mis huesos, mis tendones y mis ligamentos, ellos, los ligamentos, se resisten como pueden, se aferran no sé a qué. Insisto con amor, sostengo y se entregan se dejan llevar, se calman.

Entonces comienza la danza, comienza el fluir después de ocho horas de quietud, de horizontalidad, aunque sigo tendida en el suelo, ahora estoy despierta, consciente de mi misma, y entro en las asanas que mi cuerpo necesita para hoy, y será Halasana.

Permanezco, entendiendo, escuchando. Todos los músculos de mi espalda me hablan, sé que están tiesos, que están sobrecargados, y quizás también débiles y cansados. Los escucho y voy con calma, mis pies tocan el suelo por detrás de mí, siento la belleza de la postura, puedo estar en la postura, ser el asana. Dándole su tiempo, ella, te deja estar, permanecer y ser en ella.

Es ahí en ese momento, donde entiendo el Yoga, la práctica, la experiencia. Donde me encuentro con Indra Devi y Krishnamacharya, exploro mi mente a partir de mi cuerpo, de mi cuerpo en una postura que nada tiene que ver con la verticalidad, ni con la cotidianidad, pero que nos la han legado porque su poder es increíble.

Respiro en ella, medito en ella. Soy.

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